jueves, 31 de mayo de 2007

Bienvenida.

Siento decirte que esta cama no es una cama.
También debo recordarte que has entrado en ella por voluntad propia.
¿Por qué no te he avisado de que era una telaraña?
Bueno, en aquel momento no me pareció importante mencionarlo.
Si ahora estás atrapada es sólo culpa tuya.
Sé que habrías venido de todas maneras.
La he tejido con mi propio pubis.
A base de desencuentros y tortazos.
Acostúmbrate a ella.
Y a mi lengua.
Bienvenida.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Si y sólo si.

Si existe el amor, espero que exista el amor de mi vida;
si existe el amor de mi vida, espero encontrarlo;
si lo encuentro, espero darme cuenta;
si me doy cuenta, espero asumirlo;
si lo asumo, espero decidirme;
si me decido, espero conquistarlo;
y si lo conquisto, espero no perderlo.

A estas dificultades hay que añadir:
que si existe el amor de mi vida, espero ser el amor de su vida,
que me encuentre,
que se dé cuenta,
que lo asuma,
que se decida,
que me conquiste,
y que no me pierda.

Pero todo esto, tan sólo si existe el amor, claro.

martes, 29 de mayo de 2007

La última lección

"La belleza está en los ojos de quien la mira", decía la profesora de "Estética". Y lo decía mirando hacia mí, sonriente, insinuante, como si pretendiese aludirme con su frase. Yo tomaba apuntes ávidamente, levantaba la cabeza, y también le sonreía, fascinada. No me perdía ni una sola de sus palabras, ni una sola de sus sonrisas, ni uno solo de sus pasos que desplegaba lenta y elegantemente por la clase, ligera, como si volase sobre todos nosotros con su leve cuerpo de estrecha cintura y pechos pomelo. Posiblemente era la profesora más sonriente que hubiese tenido nunca, y juraría que todas las sonrisas iban dedicadas a mí con toda intención, lo cual me hacía devorar con todavía más ansia cada palabra, cada gesto, cada tramo de su vuelo.

Poco a poco comencé a perder interés en las demás asignaturas, pero era la más aplicada y ansiosa en cuanto a "Estética" se refería. Había una conexión profunda y especial entre la profesora y yo. Yo era la única que era capaz de captar la diferencia que había cuando la profesora decía "Belleza" y cuando decía "belleza", cuando decía "Estética" y cuando decía "estética". Comprendía el significado que tenía el más mínimo movimiento de sus manos, desentrañaba todos los matices que desplegaba uno solo de sus parpadeos, y ella se daba cuenta de ello. A veces, un gesto con su mano suponía una aclaración que me hacía a mí exclusivamente, y no hacía falta más. Yo me lanzaba a tomar apuntes de lo que ese gesto había significado, a continuación levantaba la cabeza, sonreía y mis ojos engullían nuevamente a la profesora, que me dedicaba toda una galería de sonrisas, gestos, palabras y guiños exclusivos, íntimos, incitantes.
El día en que me decidí a ir a su despacho, no tenía ni idea de qué le iba a decir. Había tantas cosas que quería decirle... Sin embargo, también había tantas cosas que ya nos habíamos dicho sin decir ni una palabra que quizás sobrase todo lo que pudiésemos hablar. Por ello, simplemente llamé a la puerta y abrí, sin pensar ninguna razón para mi visita. Ella levantó la vista, y sonrió al verme, pero yo, por primera vez, no estuve muy segura del significado de su sonrisa. Evidentemente, ella entendió mi confusión inicial, y matizó su sonrisa levemente, cerrando un poco los labios, es decir, invitándome a entrar, pero al mismo tiempo reprochándome el que no hubiese ido antes. Yo me mordí un labio, como diciendo que lo sentía, y ella me lanzó un nuevo reproche al pasar su mano por la nuca. "¿Y si fuese tarde?", parecía decir. Yo me quedé muda, es decir, inmóvil.
- Hola -dijo por fin, perdonándome sinceramente. - Pasa y siéntate.
Sus manos extendidas y el contrapunto de las sílabas tónicas con las átonas convidaban a la relajación. Pero yo no era capaz de relajarme. De pronto eran demasiados los gestos, demasiadas las palabras, apenas tenía tiempo de estructurar con coherencia la avalancha de significados que mi profesora me enviaba. La camiseta de tirantes que moldeaba su pequeño cuerpo decía cosas que contradecían a los lunares de su cuello, sus movimientos de cabeza decían lo contrario que su caída de párpados, y en su sonrisa cada diente negaba al diente anterior. Era más de lo que podía soportar. No pude controlarme y me eché a llorar. Ella se levantó, y flotando como sólo ella sabe, se acercó a mí, me tomó la mano y me acarició el pelo.
- Esta asignatura no es fácil. Especialmente para alguien que la entiende.
-No es la asignatura -logré decir entre balbuceos. No podía parar de llorar, pero en ese momento lo hacía ante la idea de quizás en cualquier instante ella dejaría de tocarme.
- Ya lo sé -dijo ella. Sus manos se posaron en mis hombros, acariciaron mi cuello, descendieron por mis brazos y agarraron mis manos fuertemente. Cuando levanté los ojos, llenos de lágrimas, encontré los suyos, llenos de firmeza, pero también de piedad, de tristeza, de profunda resignación. Entonces acercó su mejilla a la mía, y susurró:
- Esta es la última lección. La más difícil.
Sentí sus labios en mi mejilla, congelados, durante tres segundos. Era un beso doloroso, pero mucho más doloroso por su brevedad. Pensé que moría durante el contacto de sus labios, pero mucho más muerta me dejaba la ausencia de ellos. Al momento, otro nuevo beso me quemaba la piel. Mis labios, desesperados, buscaron los suyos, pero ella alzó su dedo y me detuvo.
- Tan sólo escucha -susurró, y fueron sus labios los que encontraron los míos como una navaja insertándose en una esponja. Después se separó y regresó a su silla. Yo me levanté temblando, exausta. La miré, sin saber qué hacer, pero inmediatamente me di cuenta de que la lección había terminado. Esta vez los apuntes estaban sobre mi piel, sobre mis labios, podía sentirlos abrasándome y esparciendo su picazón por todo mi cuerpo. Salí del despacho de mi profesora, mientras su mirada me confirmaba que, en efecto, era evidente la diferencia entre "amor" y "Amor".

lunes, 28 de mayo de 2007

Exploraciones

Me acerqué muy despacio, por detrás, sin hacer ruído, y delicadamente, sin asustarla, separé su pelo y aproximé mi boca a su oreja.
- ¿Qué haces? -preguntó ella entre divertida y sorprendida.
- Nada -le susurré, casi con mis labios pegados a su pequeña oreja, tratando de improvisar alguna excusa. - Sólo quería comprobar... que tienes orejas. Nunca te las había visto, tras tu pelo.
- Pues ya ves que sí -añadió ella riéndose, apartando su pelo y dejando ver sus dos orejas, redondas, simétricas, diminutas, blancas, blandas, esponjosas... - Qué cosas tienes.
Me pregunto si también tiene pezones. Tras el éxito de la exploración de hoy, estoy dispuesta a volver a la carga mañana.

Estos tíos...

- Qué mal me cae Juanjo - me dice Natalia. Además, noto que lo dice buscando mi complicidad, supongo que le debo decir que a mí también. El caso es que a mí no me cae mal.
- ¿Sí? - pregunto yo, distraídamente. - Bueno...
- Es un capullo- añade ella. - Y un cerdo. No deja de mirarme las tetas.
- Oh, ¿de verdad...? - balbuceo yo, alzando mi mirada, que se había perdido una vez más en las tetas de Natalia. - Estos tíos...
Natalia me sonríe, y sus ojos me acogen, casi me abrazan, retienen a los míos durante un instante, hasta que en el menor descuido, regresan a sus tetas. Qué cerdo el Juanjo.

sábado, 26 de mayo de 2007

Presente, pasado y futuro.

Me dice Natalia que le parece muy bien que no me acueste con Juanjo sólo porque él quiera hacerlo. No sé cómo tomarme sus palabras, pero sólo me queda la opción de tomármelas por el camino que a mí me interesa. Lo que yo no le digo a Natalia es que ya me he acostado con Juanjo dos veces en los últimos quince días, y claro, no se lo digo porque en realidad lo que quiero es acostarme con ella, y supongo que si confieso no va a ser muy útil para mis intereses.
De todas maneras, a quien sí que se lo he dicho fue a Ana. Nuestra conversación discurrió por cauces tranquilos, adultos. Se lo tomó con aparente tranquilidad, pero es evidente que todo eso pone un definitivo punto y final a lo nuestro. Es una manera fea de hacerlo, pero supongo que efectiva.
Por lo demás, no crean que esto es un diario. Es que quería ver cómo sonaba esta historia desde la perspectiva del presente y poder compararla con la perspectiva de mañana, si es que algo ha cambiado.

jueves, 24 de mayo de 2007

Es lo que tiene

El día en que le comuniqué a mi madre que me gustaba más la cajera del supermercado que el simpático profesor particular de mi hermana, me sentí decepcionada. Yo me había preparado para un disgusto inconsolable, un melodrama descomunal, shock traumático, muchas lágrimas e incluso que me enviasen a una terapia de electro-shock, pero no sucedió nada de eso. Lo que es más, mi madre, tan tranquila, me responde que ya lo sabía. Perpleja me deja, madre.
-Pero bueno, mamá, ¿cómo que ya lo sabes?
-Las madres lo sabemos todo.
Ya. Y yo a creerlo. Qué manera de chafarme mi sorpresa. Pero bueno, mi madre acabó por explicarme por qué lo sabía.
-De pequeña, cuando ibas a la guardería, siempre pegabas a los niños.
Ah, claro, eso lo explica todo. Se empieza pegando a los niños en la guardería y el siguiente paso es comer coños en la universidad. Es lo que tiene.

miércoles, 23 de mayo de 2007

El regreso de la lluvia

I

No dejo de preguntarme si habrías hecho lo que hiciste si hubieras sabido cómo me hiciste sentir. No creo que debamos seguir, fue tu sutil manera de decirlo, y por teléfono. Al principio me sonó absurdo, como si no supiese de qué me estabas hablando. ¿Había algo con lo que dejar de seguir? Pero sí, era obvio. Que no querías verme más, en resumidas cuentas. Por un segundo pensé que no pasaría nada si tú no eras capaz de darme razones convincentes, y ya podían ser buenas. Pero al segundo siguiente me di cuenta de que en realidad eso no importaba. Tú estabas decidida, y yo sentenciada a cien años de soledad. Como último y desesperado intento, traté de buscar en la filmoteca de mi cabeza alguna frase mágica de película que lo solucionase todo, que te hiciese cambiar de opinión, y que acabases pidiéndome perdón y proclamando entre lágrimas cuánto me amabas... Pero esa frase no existía, y era más que probable que la de las lágrimas fuese yo. Aferrándome a mi orgullo, te colgué el teléfono sin despedirme, dejándote con la palabra en la boca tras tu indignante pregunta de si me encontraba bien. Por supuesto que no me encontraba bien. Me tiré en la cama boca abajo, dispuesta a hacerlo lo mejor posible en cuanto al llanto, pero no fui capaz. El drama era absoluto y evidente, todo a mi alrededor lloraba, cada parte de mi cuerpo lloraba a su manera, pero yo no era capaz de orquestar un llanto colectivo que me permitiese liberar algunas lágrimas. Pensé en llamarte de nuevo, no sé si para pedir más explicaciones, para insultarte o para concertar un polvo de despedida, pero decidí no caer más bajo, y puesto que no lloraba, me levanté de cama y me dediqué a compadecerme en silencio.

II

Supongo que no lo pasabas muy bien conmigo. Admitirás que tuvimos nuestros momentos buenos, pero la verdad es que yo tampoco lo pasaba muy bien. Éramos distintas, sí, pero de ahí a dejarlo... Una siempre necesita alguien a quien aferrarse, y en nuestro caso todo el mundo sabe que las cosas no son especialmente fáciles, así que seguir a pesar de todo era la opción más sencilla. Suena patético, lo sé, pero debes comprender que entonces mi posición parecía la de un náufrago en el oscuro mar de la soledad. ¿O de la traición? ¿Me sustituías? ¿Había otra? ¿Había otro, maldita sea? Mis teorías conspirativas se vieron interrumpidas por la llamada de Sergio.
Sergio me sacó de casa y prestó oídos a todas mis quejas. Descargué toda mi rabia, toda mi tristeza y todo mi terror a la soledad mientras él escuchaba, asumía y casi diría que interiorizaba todo cuanto le contaba. Le confesé cómo a pesar de lo cruel que habías sido todavía te quería, cómo me estaba volviendo loca ante la idea de no volver a verte. Mientras tanto, llovía. LLovía en proporción a mis sentimientos, tronaba, diluviaba y hacía un frío desolador. Sergio y yo nos refugiamos un rato en una cafetería para rociar con alguna infusión toda la angustia de mi pecho y acabar de desenvolver la frustración que me habías dejado.
Cuando paró de llover un poco, salimos de la cafetería. Caminamos en silencio por la plaza, compartiendo el mismo frío en los huesos. Nuestros ojos se cruzaron, y le lancé una sonrisa agradecida. Él me la devolvió, y por fin, tras tanto tiempo de dolor seco, lloré, al mismo tiempo que comenzaba a llover de nuevo fuertemente. Sergio me abrazó, bajo la lluvia, en medio de la plaza desierta. Nos miramos a la cara. Todo irá bien, me dijo, y nos besamos. Beso bajo la lluvia con sabor a lágrimas de desahogo. Dudé un instante. Pensé en ti, quizás.
- Sergio... -dije. - Yo no te quiero.
- Lo entiendo -contestó él. Entonces le bajé la cremallera del pantalón y se la chupé. La lluvia fue nuestro testigo, y después, ella misma borró las pruebas.

III

Amanecí necesitando. Era una sensación extraña, como si me faltase algo que siempre había dado por supuesto. Era como mirar en el espejo y no verme reflejada, o como si no pudiese encontrarme los pezones. Simplemente necesitaba, y era angustioso. Aún recordaba el sueño que acababa de tener. Salía de casa para dirigirme a la manifestación que yo misma había convocado con el lema "no creo que me debas dejar". Pero nadie se unía a mi causa. Era una manifestación de una sola persona, de ninguna según las fuerzas de orden público. Luego aparecía Sergio, y los dos cogidos de la mano desfilábamos por toda la ciudad en una patética protesta que a nadie importaba.
Odiaba la mañana. Era impenetrable, triste, una pequeña celda sin más alimento que la necesidad. Necesidad de huír, de escapar de esa soledad matinal que me oprimía. Necesidad del teléfono, de llamarte, de solucionar contigo mi vida, porque en algún lugar debería quedarte algo de piedad para gastar en mí, porque tú debías escucharme, escucharme como lo había hecho Sergio... Sergio...
Sergio. De pronto sentí la imperiosa necesidad de estar de nuevo con él, de encontrar aquellos labios pegados a los míos bajo el refugio de la lluvia, de contarle otra vez todo lo que sufro por ti.
Por ti. Porque eras tú la que tenía el poder de salvarme. Quería oír de nuevo tu voz diciéndome que me querías, que habías cambiado de opinión, que íbamos a estar juntas para siempre.
Y también quería oír la voz de Sergio, diciéndome que todo iba a ir bien, demostrando que me comprendía, que compartía mi soledad y mi dolor.
Sergio... Tú... Sergio... Tú... O los dos, o ninguno, o una mezcla de ambos en una sola persona, ¿por qué me tenía que pasar esto a mí? ¿Por qué continuaba necesitando de esa manera? ¿Por qué no podía mandar todo a la mierda y ser feliz? Sergio... Tú... La confusión se desplegaba espesa por toda yo. Toda mi salvación consistía en llamar por teléfono, lo cual era bastante patético. Así pues, cogí el auricular, sin saber a quién llamar, pero deseando fortísimamente no equivocarme de persona.

Exploración suicida

Exploro tu cuerpo
como una astronauta demente,
sin poder tocar membranas sensibles,
sin pisar tanta mina anti-lesbiana.

Tras haber nadado toda la noche,
la gravedad se ha vuelto espesa,
y yo, con escamas en el vientre,
regreso a casa recogiendo los trozos de carbón
que alguna vez fueron mis labios.

lunes, 21 de mayo de 2007

Ligarse a una azafata

Nunca he conseguido ligarme a una azafata. Al menos nunca en un avión. Y mira que lo intento. Las veo pasar, guapísimas con sus maquillajes perfectos, sus sonrisas amables, lo bien que huelen... Yo también destapo la esencia de mis encantos, les sonrío, las miro coquetamente, les lanzo cualquier indirecta. Pero nada, es imposible. Un día pensé que lo había conseguido, cuando una azafata me lanzó el café por encima de la blusa. Me pareció que lo había hecho con toda la intención, y mientras me pedía mil perdones, me acompañó a los lavabos. Allí con una toallita húmeda trató de limpiarme las manchas del café que yo ya había intencionadamente dejado llegar hasta mis vaqueros. Mientras ella se dedicaba a frotar mi ropa con la toallita, inclinada sobre mí, dejándome ver su escote, le puse inocentemente una mano en la cintura. ¿Qué clase de perfume llevan las azafatas? ¿Qué clase de sonrisa desarmante usan? ¿Qué magia es ésa que les permite hipnotizar con ese uniforme fascinante?
-Bueno, ya está -dijo de pronto.
-¿Qué? -pregunté yo, como regresando de un hechizo y retirando mi mano de su cintura.
-Ahora espere a que seque. Lo siento mucho.
-No te preoucpes -repliqué, guiñando torpemente un ojo. -¿Cuándo me echas el azúcar?
Como indirecta, he de admitirlo, no es que fuera especialmente brillante. Ni sutil. Ni nada. Vamos, que ni se enteró. Admito que soy bastante torpe en una situación así. Pero para torpe, ella, que ni siquiera me había tirado el café a propósito.

Platón

Platón siempre ha definido muy bien nuestra relación. Al principio, las laderas de tus senos estaban tan alejadas de mis costas que las separaba todo un océano de amor platónico.
Y ahora, que te tengo desnuda sobre mi lecho, abierta de piernas, me acerco y contemplo extasiada el mito de la caverna.

domingo, 20 de mayo de 2007

¿Cómo hacer callar a un sapo?

Yo no voy besando sapos por las esquinas en busca de las metamorfosis de los cuentos. Yo tan sólo me tiendo bajo sus lenguas, y cierro los ojos fuertemente, y susurro "calla sapito, y aprieta".
La ilusión de los mil y un suspiros se quiebra en mil silencios que a su vez se fragmentan en inevitables sapismos. Ni yo me he convertido en rana, ni el sapo en azafata.

Háblame

Quiero hablarte. Pero esta vez, aunque sea cara a cara, dejemos nuestros rostros al margen. No quiero expresión, no quiero que la subjetividad de una lágrima o del brillo de una sonrisa lo estropee todo. Si eres diamante, si eres actriz, o eres azafata, lo sabré de todos modos. Deja tu rostro en el vestíbulo y háblame, con todo tu cuerpo, que tus piernas me digan con todo su sabor de qué huyen, que sean tus brazos los que expongan sus miedos sobre los míos, que el dulzor de tus pechos mansos se anticipe a las preguntas saladas de mis manos. Y yo, de par en par, como una pista de aterrizaje, seré limpia en mis atenciones, seré antes yo que quien esperas, por una vez, y mi sabor será mi sabor, por una vez.
Digámonos la verdad ahora. Recoge tu rostro y tus bragas al salir.

sábado, 19 de mayo de 2007

NADA

Cualquier poema que escriba hoy
será mentira;
será falsa toda canción triste,
toda lágrima recorriendo mi cara;
mi lamento no será cierto,
ni mis palabras amargas,
ni soñarte despierta,
ni desearte abierta en mi espalda,
ni sentir tu dedo
en mi pecho,
ni gritar,
ni morir.

Hoy el silencio,
el folio en blanco,
la parálisis,
el autismo,
la nada,
es la mejor manera de expresarlo todo.

Mamífera

Perdóname.
Te había juzgado mal.
Pensé que pertenecías al grupo reptilia.
Pero he comprobado que no. Eres mamífera.
Te quiero.

Sapos

Estoy desnuda,
soñándome dormida desnuda
con los mil sapos verdes
que me lamen el cuerpo
provocándome un placer insospechado,
sospechoso,
enfermizo,
grotesco,
que no comprendo por qué
es placer.

¿Y para qué voy a aspirar
a soñarte desnuda,
queriéndoteme desnuda,
lamiendo nuestros cuerpos desnudos,
provocándonos placeres sospechados
y sospechados,
llenos de carpes,
de diems,
de rimas consonantes,
de cromosomas X,

si al final todo acaba,
todo se pierde y añora,
todo es pasado o un sueño,
menos los sapos,
que sapos siempre hay?