jueves, 24 de enero de 2008

Despeinada

Despéiname. Despéinameee. DESPÉINAME.
DES
PÉI
NA ME
D E S PÉI N A M E.
D E S P É I N A M E.
E
S
P
É
DESPÉINAME
I
N
A
M
E

Despéiname tanto que no pueda recomponer mi alma nunca más.
Tanto que mis ideas se hayan vuelto locas.
Tanto que hasta tus manos se olviden de hacer nada más que despeinarme.
Tanto que no nos encontremos bajo el desorden.
Tanto que hasta tú misma estés despeinada.
Tanto que hasta los peines huyan para no volver.
Y que los espejos se rompan en mil pedazos despeinados.
Y que al ponernos de nuevo las bragas, éstas ya no nos sirvan.

martes, 22 de enero de 2008

El Blog Vampiro

Idea para un cuento o novela policiaca: corre la leyenda urbana (o más bien ciberespacial) de que existe un blog vampiro. Todo aquel incauto que accidentalmente llega a él y comienza a leer sus palabras muere desangrado y envuelto en la más absoluta tristeza. Mi misión consiste en dar con dicho blog como una Van Helsin del siglo XXI y destruirlo. Tras saltar de web en web, de blog en blog, superando terribles peligros y sorteando todo tipo de amenazas disparatadas, llego a la conclusión de que ese blog no existe; es sólo una leyenda. Sin embargo, una serie de muertes en mi entorno de conocidos que encajan con la descripción de un ataque del blog vampiro, me hace retomar la investigación con más ansia. (En estos momentos puedo introducir una historia de amor. Mi amante morirá con marcas de mordiscos en el pecho y en el cuello, una trágica muerte de la que nunca llegaré a recuperarme, y que me provocará un deseo incontrolable de venganza). La historia concluirá en un final abierto en el que yo, consumida por la tristeza y una extraña enfermedad, me rindo a la evidencia de que jamás encontraré el blog vampiro. Sin embargo, se da a sugerir que vislumbro la sospecha (aunque jamás lo admitiré) de que el blog vampiro no es otro que el mío, y en un inexplicable ataque de frustración e impotencia me lanzo con mi ordenador al mar para no volver.
Ahora que lo escriba alguien, (por dios a mí no me miren).

martes, 8 de enero de 2008

La primera noche del año

Querido diario:
Esta es mi primera promesa para este año nuevo: no vuelvo a beber. No vuelvo a beber TANTO. Vale, era la noche de fin de año, no tendrá tanta importancia, pero lo ocurrido no tiene perdón, y la ocasión que he desperdiciado es francamente lamentable.
Ya había bebido bastante cuando la discoteca cobró una iluminación escandalosa con su entrada. Una mujer vestida de hombre, qué tiene de especial... Mucho. No podría haber pasado desapercibida para nadie. Su traje y su corbata no eran muy diferentes de todas las de los chicos, pero en ella se destacaban con un estilo mucho más pertinente, marcando un nuevo matiz a la hora de llevar traje y corbata. Un sombrero ocultaba su corto pelo negro, pero no escondía los relámpagos de su sonrisa. Sus pasos firmes y seguros resaltaban sus estupendos pechos bajo su camisa. La elegancia había entrado en el local con el año nuevo.
Pensé que sólo me acercaba a ella con mis ojos, pero por lo visto también lo había hecho con los pies. Cosas de mis pies impetuosos e incontrolables... También mi lengua había decidido hablar, mis manos matizarla, mi sonrisa y mi escote destacarse, ella invitarme a una copa, y yo a ella, y ella a mí. No estoy segura de mucho más, pero supongo que cuando me sacó a bailar debimos de ser durante un buen rato la atracción del local. Poco recuerdo, y en todo caso los pequeños detalles que puedo contar están envueltos en una espesa neblina etílica. Aquel baile fue feroz, casi doloroso. Mi cuerpo se revolvía entre sus manos, su cintura golpeaba como un látigo en mis breves caderas, sus brazos inclinaban mi cuerpo hasta encontrar su rostro a escasos centímetros del mío, hasta que ella era la mismísima Rhett Butler y yo no otra que Scarlett O'Jalá me beses ya, culebra. Fue cuando cerré los ojos que todo comenzó a dar vueltas y todo el universo fue a parar a mis labios. Al abrir los ojos me encontré ahogada en un beso eterno, enchufada a unos labios que me estaban salvando la vida. Alguna clase de líquido suave, regenerador y congelado salía de aquella boca para deslizarse por mi garganta, colmándome de una vida desconocida, nueva, venenosa, indispensable como la lluvia. No había ya ningún otro estímulo externo, ni música, ni gente, ni luz, ni borrachera. Sólo un fuego en mis labios y el manantial centrifugando mi esófago, inundando mi sangre como una catarata histérica, limpiándome de mí misma.
Como en plena sobredosis, mis pies dejaron de contactar con el suelo. Lo sentí claramente. Las dos nos elevábamos, subíamos dos, tres, cuatro metros por encima de las cabezas de la gente que había desaparecido. Y en el aire fuimos un tornado, una peonza asesina fundida en todos los colores, girando alocadamente. Fue mi cuello el que se ofreció a sus dientes, lo sé. Grité, porque no tuve más remedio, pero lo vivía, lo gozaba, y tuve la sensación de que sus dientes jamás habían estado en ningún otro lugar. Fue mi sangre la que esta vez saltó como una gacela en busca de su lengua, borboteando hacia sus ganglios, tratando de enmarañar nuestros líquidos hasta lograr una perfecta telaraña de tendones y carnes anárquicas indistinguibles...
Después volví en mí, sentada, confundida en medio de un montón de gente desconocida y desagradable. Por más que busqué no volví a verla. Busqué desesperada y tambaleante entre todas las corbatas, pero sólo encontré lenguas de sapo y piel de lagarto. Acabé vomitando toda mi confusión y proclamando mi delirio a las cuatro estaciones. Quién más la ha visto, gritaba, dónde está, aullaba, vuelve, tronaba. Abriéndome paso a puñetazos, arrancando corbatas de cuajo, ofreciendo mi sangre a un colmillo furtivo, finalmente caí con toda mi ebriedad de desesperación al más duro y solitario de los suelos para que la compasión de alguna conocida me rescatase de un percance más serio.
Desde mi cama convaleciente prometo no volver a beber. Nada de esto debería haber ocurrido. No es nada agradable estar con este dolor de cabeza, con esta sensación de pérdida en las entrañas, con esta resaca de humedades inescrutables, con este nudo de corbata ahogando mi memoria, con este anhelo de hendir colmillo en blanco cuello.