sábado, 9 de octubre de 2010

Vieja verde

Soy una vieja y he perdido todo el encanto. Me di cuenta ayer, cuando dejé caer accidentalmente el combinado mirada sonrisa sobre una pobre niña delincuente cuya cara se llenó de pavor y de pies para salir huyendo. Qué horrible desgracia. Con lo infalible que resultaba yo en estas ocasiones, de repente me han relegado al grupo vieja verde digna de meter entre rejas. Fíjense, he tenido que salir a toda pastilla y refujiarme aquí. AQUÍ. ¿Pueden creérselo? Pido asilo político, o de ancianos. Pido clemencia, esa clemencia que yo no he concedido jamás, ja, toma, CatBalou, de tu propia medicina. ¿Qué me queda? Dejarme caer mansamente en manos de la cirugía, esconderme bajo cremas y pinturas, esclavizarme en un gimnasio, renunciar a todo y meterme en un convento, perseguir pellejos y asumirlos entre mis semejantes, tenderme nuevamente ante las lenguas sencillas de los sapos... Inventar la máquina del tiempo...
Cuando invente la máquina del tiempo he de asegurarme de que mi cuerpo sea el mismo que tenía en la época a la que viaje. De nada me sirve inventar la máquina del tiempo y llegar a 1998 con estas pintas. Lo que yo quiero no es viajar en el tiempo, sino que sea el propio tiempo el que retroceda. No seré yo la que se meta en la máquina, lo hará el mundo entero. Y una vez allí, sabotearé el paso. No habrá remedio, allí nos quedaremos para siempre. Qué felices todos, ¿no creen? Mientras tanto, canto esta canción, aunque no con tanto encanto como esta adorable desconocida.