domingo, 10 de febrero de 2008

Gemela de mí misma

Lucía y Esther son indistinguibles. Visten igual, se peinan igual, ríen igual, hablan de la misma forma, tienen el mismo humor incomprensible y se parecen del mismo modo a una de las Bangles, la que desafinaba, creo. De entre todas las hermanas gemelas, ellas son las más gemelas de todas. Nadie, ni una sola persona, sabría decir cuál de las dos es Lucía y cuál es Esther. Ni yo misma, cuando me las encuentro, soy capaz de acertar con el nombre de cada una. Sin embargo, presumo de ser la única persona que en un momento dado no tengo dudas de quién es quién: y es que en la cama son las amantes más distintas que he encontrado.
Lucía tiene frío. Se arropa bajo mi cuerpo para que la cobije desesperadamente, casi escondiéndose en sí misma, para poco a poco dejar su cuerpo expuesto y libre para que yo estudie, maniobre, empuje... Su silencio se rompe en pequeños jadeos, sus labios dibujan muecas de sorpresa que amaga con sonreir, pero nunca lo hace hasta el final, como dando las gracias con cierto pudor, como desconcertada por mis habilidades.
Esther contraataca. En cuanto me despliego sobre su cuerpo, ella se escurre como una ardilla para en un segundo colocarse sobre mí, con una sonrisa de pantera. Lanzo su boca sobre ella, y es la suya que con sus dientes me encuentra en un mordisco salado. Sus manos combaten con mis senos, sus piernas se me enroscan en la cintura, estoy volando y golpeando con sudores fríos el colchón. De vez en cuando caemos irremediablemente al suelo, y desde allí la sujeto para que esté quieta, pero no hay manera, y es ella la que acaba inmovilizándome a mí, aunque no crean que me rindo... bueno, a veces sí.
A la mañana siguiente, vuelvo a no saber quién es Lucía y quién es Esther. Tampoco sé a cuál de las dos prefiero tener en cama esta noche. Es complicado. Cada noche mis gemelas me ponen en un brete, y no de distinguir con cuál de ellas estoy, sino de averiguar quién exactamente está con ellas en cada caso, cuál de las dos locas soy yo en realidad.

1 comentario:

Don Serafín dijo...

La solución es bien fácil: métete en la cama con las dos