viernes, 26 de septiembre de 2008

Romina y Julieta

Oh, qué bella era, qué felices fuimos juntas durante todo ese eterno momento en el que no sabíamos nada la una de la otra.
Por desgracia, cometimos el error de averiguar nuestros nombres. La única manera que encontramos de solucionar aquello fue cambiarlos. Yo, en secreto, me cambié el nombre por el suyo, lo cual fue un error, pues en seguida intuí que ella había adoptado mi antiguo nombre. Así, una vez más decidimos volver a llamarnos de otra manera, pero por designios de la mala fortuna, siempre acabábamos por descubrirlo. Me llamé de mil maneras diferentes, ella tuvo miles de nombres, pero ninguno permaneció jamás en secreto. Así que ella decidió finalmente beber aquella copa de veneno y aquí me tienen besándole los labios.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Caída

La semana pasada sucedió lo de siempre. Por poco me parto el alma tratando de emular un final made in hollywood. Si lo mío es eso del equilibrismo, la huida precipitada, las cuerdas, el engaño, el hurto, la voltereta, el regate, el sálvese quién pueda, el lengüeteo, la corneta, el último tango... ¿A santo de qué vino la eternidad repentina, la estabilidad, la cordura, los juramentos, los lazos sagrados, los cuños de la ley, los violines, la cabeza asentada, los ojos ahogados, el agárrate fuerte a mí maría, el corazón en tinieblas, pasajeros al tren? Otra muesca incoherente en la trayectoria de CatBallou, incomprensible como ella sola, infiel al manual de la buena yo mismita.
No se preocupen, estoy bien, que la altura no era demasiada y no llevaba tacones.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Condescendencias

Carlos comenzó a trabajar aquí hace dos meses. Apenas hablamos. Yo llegaba y decía buenos días, él levantaba la cabeza, murmuraba sus buenos días y sus ojos se clavaban en mis tetas, como esperando encontrarse que una buena mañana hubiesen crecido. A lo largo de la jornada, su mirada se posaba relajadamente en mis pechos unas cuantas veces más, como diciendo efectivamente, están ahí, son tetas, no muy grandes, pero están, y no mal del todo, pues tienen cierta turgencia y una forma agradable como de un bollito de leche... Esa, a grandes rasgos, era mi relación con Carlos, mi compañero de trabajo, yo llevaba las tetas todos los días y él me las miraba.
Todo cambió en la mañana de ayer. Entré, lancé mis buenos días matutinos, pero en lugar de obtener el típico balbuceo por respuesta y la mirada en mis tetas, me encuentro un holaaaaaa y una sonrisa descomunal completamente distinta a la habitual, pero de sobras conocida. ¡Zas! Ya se lo han dicho. Ya me han sacado del armario. Bueno, tarde o temprano siempre ocurre. El caso era que me enfrentaba a aquella sonrisa que yo denomino gay friendly condescendiente, que, créanme, soporto mucho peor que la mirada en las tetas. Lo mejor era tratar de ignoralo como hasta ahora, pero resultaba bastante difícil. Ahora sus ojos buscaban a los míos, y aquella sonrisa horrible de yo te comprendo y me apetece una amiga lesbiana me perseguía a todas partes. Finalmente, supongo que no pudo resistirlo más, y tuvo que hablarme. Figúrense, hablarme.
-Oye -me dijo, con un tono de voz nauseabundamente delicado y amistoso.
-Qué- respondí, preparada para lo peor.
-Que... bueno... quiero que sepas que... Bueno, que puedes contar conmigo para lo que sea, que entiendo tu situación y... bueno, sé que no es fácil, así que cuando quieras hablar...
¿Hablar? ¿O vomitar por encima de ti, estúpido? ¿Qué puedo decirte ahora, pedazo de prepotente perdonavidas?
-Oh, vaya...-contesté yo, afilándome la punta.- Te lo agradezco. Me alegra que me comprendas y me ofrezcas tu ayuda, porque sinceramente, pensé que nunca acabaría con este lote de trabajo. Ya sabes, se fue acumulando... ¿No te importa quedarte hasta tarde y terminarlo por mí?
-¿Eh? No, bueno... -comenzó a responder, sustituyendo su indulgencia por genuína confusión. -Yo lo que quería decir es...
-Te he entendido. Por eso te pido que acabes mi trabajo mientras yo me voy a conducir mi camión.
Carlos, que comenzó a trabajar aquí hace dos meses, se quedó callado y pensativo. Decidió que definitivamente no era su tipo de lesbiana y que sería mucho más cómodo mascullar los buenos días y calibrar el volumen de mis senos cada mañana.
Definitivamente, salir del armario puede ser traumático, no por la gente que me rechace, pues me importan un comino, sino por la cantidad de zoquetes que se me acercan.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Gritos o susurros

-¡Eres una puta bollera fascista!- me dice indignada. -¡Eres peor que... que... eres peor que Leni Riefenstahl!
Joder, pues sí que está indignada. No recuerdo muy bien el motivo de su indignación, pero creo que tiene que ver con el mando a distancia de la tele. Ahora supongo que tengo derecho a réplica.
-Pero si Leni Riefenstahl no era bollera.
-¡Sí que era! -me grita, todavía más fuera de sí.
-Es imposible -digo yo, más que para convencerla a ella, para convencerme a mí misma. El caso es que nunca me habían llamado puta bollera fascista antes. No diré que me guste, pero... quizás más tarde, cuando se le haya pasado el enfado, le pediré que me lo susurre.