viernes, 29 de agosto de 2008

No me lo explico

No lo recuerdo bien, pero creo que fue durante un par de calles. Y todo fue por casualidad, lo juro. Yo no tenía ninguna intención de perseguir a aquella mujer. Acepto que ella iba delante de mí, eso es cierto; cuando yo doblaba la esquina, ella ya lo había hecho primero; cuando yo me paraba a mirar los zapatos de aquel escaparate, ella ya estaba allí mirándolos, con lo que a mí no me quedaba más remedio que mirarla a ella, con esa cintura tan bamboleante, y esas piernas que hasta quietas sugerían envolverme. Sus pasos no se dirigían a otro lugar al que los míos no estuviesen condenados a ir, y ya me dirán ustedes, como si yo no tuviera otra cosa que hacer que ir siguiendo a esa mujer con labios neumáticos. Enigmáticos eran sus labios como digo, y enigmático es también el motivo por el cual la mujer en cuestión pudo pensar que yo la estaba siguiendo, tal vez porque al parecer ya iban veinte minutos, vayan a saber, quizás ya habíamos recorrido la ciudad entera, así que subí en aquel bus, justo en el que ella acababa de montar, y qué le voy a hacer yo si por caprichos del destino casualmente entre la gente mi mano se abrió paso de manera insólita y accidental hacia su trasero. Juro que yo no le di un pellizco. Juro que mis manos no se posaron voluntariamente en sus caderas, que no se deslizaron lentamente hasta su vientre, metiéndose dentro de su blusa y no ascendieron disimuladamente hacia sus pechos que estaban calientes en señal de alarma. Ella podrá pensar que fue todo premeditado, el que la siguiese, el que la bajase del autobús, el que la llevase escaleras arriba hasta mi cama, el que la embadurnase de productos lácteos, que le llenase la oreja de susurrosas prédicas que no podría repetir... Yo, sencillamente, no me explico cómo ha sido.

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