sábado, 28 de junio de 2008

A solas con mi orgullito.

Pues claro que lo estoy celebrando. LLevo todo el día, de hecho prácticamente no he hecho otra cosa en estos últimos meses. No sé qué podría hacer para celebrarlo más. Mi día del orgullo se ha convertido en un disparate de celebración en modo esquizofrénico. Primero he saltado por encima del deshumidificador, y me he caído, he volcado los sofás, cambiado de sitio las macetas y he encendido la televisión, tres veces. He dejado sonar el teléfono, ha sonado, ha sonado y sonado, tanto que al final ha ardido. La televisión también ha ardido. Me he tumbado en cama, he puesto cera y quitado cera (ahí nadie me gana, nadie), me he despeinado ferozmente, ferocísimamente, felonísimamente, felinísticamente, y así de erizada he revuelto entre los libros y las fotos y las motas de polvo, buscando pequeños restos que quizás se hayan desprendido de mi carne para poder recuperarlos y que nada de mí quede sin celebrar en mi día del orgullito. Con todo, esto también ha ardido. Lo admito, ha ardido todo. Quizás me he esmerado demasiado en la celebración, yo soy así. De todos modos, si ustedes no dicen nada, nadie lo sabrá. Qué ha pasado, preguntará alguna que otra, pero ahí se quedará la cosa. Sólo yo tengo la llave, y creo que me la tragaré. Me la tragaré, y después la cagaré, y que la coja quien la quiera, quien me quiera, a ver quién tiene las narices. Ahí lanza el guante CatBallou, en plena celebración de sus espinas.

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