jueves, 11 de septiembre de 2008

Condescendencias

Carlos comenzó a trabajar aquí hace dos meses. Apenas hablamos. Yo llegaba y decía buenos días, él levantaba la cabeza, murmuraba sus buenos días y sus ojos se clavaban en mis tetas, como esperando encontrarse que una buena mañana hubiesen crecido. A lo largo de la jornada, su mirada se posaba relajadamente en mis pechos unas cuantas veces más, como diciendo efectivamente, están ahí, son tetas, no muy grandes, pero están, y no mal del todo, pues tienen cierta turgencia y una forma agradable como de un bollito de leche... Esa, a grandes rasgos, era mi relación con Carlos, mi compañero de trabajo, yo llevaba las tetas todos los días y él me las miraba.
Todo cambió en la mañana de ayer. Entré, lancé mis buenos días matutinos, pero en lugar de obtener el típico balbuceo por respuesta y la mirada en mis tetas, me encuentro un holaaaaaa y una sonrisa descomunal completamente distinta a la habitual, pero de sobras conocida. ¡Zas! Ya se lo han dicho. Ya me han sacado del armario. Bueno, tarde o temprano siempre ocurre. El caso era que me enfrentaba a aquella sonrisa que yo denomino gay friendly condescendiente, que, créanme, soporto mucho peor que la mirada en las tetas. Lo mejor era tratar de ignoralo como hasta ahora, pero resultaba bastante difícil. Ahora sus ojos buscaban a los míos, y aquella sonrisa horrible de yo te comprendo y me apetece una amiga lesbiana me perseguía a todas partes. Finalmente, supongo que no pudo resistirlo más, y tuvo que hablarme. Figúrense, hablarme.
-Oye -me dijo, con un tono de voz nauseabundamente delicado y amistoso.
-Qué- respondí, preparada para lo peor.
-Que... bueno... quiero que sepas que... Bueno, que puedes contar conmigo para lo que sea, que entiendo tu situación y... bueno, sé que no es fácil, así que cuando quieras hablar...
¿Hablar? ¿O vomitar por encima de ti, estúpido? ¿Qué puedo decirte ahora, pedazo de prepotente perdonavidas?
-Oh, vaya...-contesté yo, afilándome la punta.- Te lo agradezco. Me alegra que me comprendas y me ofrezcas tu ayuda, porque sinceramente, pensé que nunca acabaría con este lote de trabajo. Ya sabes, se fue acumulando... ¿No te importa quedarte hasta tarde y terminarlo por mí?
-¿Eh? No, bueno... -comenzó a responder, sustituyendo su indulgencia por genuína confusión. -Yo lo que quería decir es...
-Te he entendido. Por eso te pido que acabes mi trabajo mientras yo me voy a conducir mi camión.
Carlos, que comenzó a trabajar aquí hace dos meses, se quedó callado y pensativo. Decidió que definitivamente no era su tipo de lesbiana y que sería mucho más cómodo mascullar los buenos días y calibrar el volumen de mis senos cada mañana.
Definitivamente, salir del armario puede ser traumático, no por la gente que me rechace, pues me importan un comino, sino por la cantidad de zoquetes que se me acercan.

2 comentarios:

Koke dijo...

Me parece que, por fin, voy a discrepar. Os miramos las tetas por que nos gusta. Y no es culpa nuestra. Y estará mal sobrevalorarlas, ser machista, etc. pero no está mal que nos guste, aunque puede que sí mirarlas, a veces estará fuera de lugar.

Y a la mayoría se nos hace raro una lesbiana. Una compañera lo es. Y a mí me da igual, no me gustaba antes y no me va a gustar ahora. Pero si me hubiera gustado, ahora la miraría distinto. Y no es la sexualidad. Es otra cosa.

Cat Ballou dijo...

No me interpretes mal, yo voy por ahí mirando tetas, culos y todo lo que se tercie y bambolea.
Por lo demás... sólo divagaba, pero es que me aburren cierto tipo de actitudes.