sábado, 22 de septiembre de 2007

Cómo escribir

El otro día comencé a escribir un cuento. Trataba de una chica sueca que se venía a vivir a mi piso, y por supuesto yo trataba de llevármela a la cama usando las artimañas más absurdas. Comenzaba a poner constantemente discos de Ace of Base, le pedía ropa prestada para desnudarme ante ella a la primera oportunidad, y le instaba a que me enseñara a decir frases en sueco para poder ligar, y así repetírselas a ella una y otra vez.
Dejé de escribir antes de poder terminar. No sé qué me ocurre, pero no soy capaz de pensar. La historia se parecía a una película de Alfredo Landa, mi gramática chirría, las palabras se niegan a fluir. Mi mente no se quiere establecer en un lugar en concreto, vuela de un lado a otro, no hay pausa para la concentración, no hay tiempo para buscar unas cuantas palabras que tengan sentido y que concuerden. Una sueca turgente, de pelo rubio y corto, ojos azules escandalosos, tez pálida, labios rosados y carnosos y sonrisa a juego, se instala en mi casa, yo sólo pienso en tirármela, y aunque esto sólo ocurre en la ficción, se aceleran de tal manera mis impulsos, se humedecen tanto los frenesís adormilados, se descentra el pulso de mi núcleo constructor de semejante modo, que parece que jamás sabré cómo termina esta historia. De momento, proseguirá sin palabra alguna, conmigo a solas en una cama, extinguiendo fuegos imaginados, para que, de una vez por todas, ánimo apaciguado, vengan frases lógicas que estallen en mil colores pintados en otra cama compartida por mí y una escandinava.

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