martes, 2 de octubre de 2007

Esther Williams

Soy Esther Williams, me dije ayer según entraba en la piscina municipal. Mi primer día y ya me parecía que podría estar nadando la vida entera, que mi medio natural era quizás el agua y no la tierra, que era más una sirena que una amazona. Emergía y me sumergía, nadaba de espaldas, de lado, y hacía volteretas bajo el agua. Luciendo mi bikini, apenas podía ocultar una húmeda sonrisa de satisfacción, llena de plenitud, goce y cloro. Nadaba y nadaba, sin prestar atención a los demás nadadores, hasta que por fin, en una de mis emersiones, mis ojos se toparon con el rostro de la monitora, y en él vislumbré ciertos rasgos familiares. Me sonaba tanto esa cara... Sí, la conocía, pero ¿de qué? En un segundo tuve la extraña intuición de que lo mejor era que no me reconociese, quizás el instinto me envió una señal de alarma, y me dio por disimular. No soy quien soy, como ya he dicho soy Esther Williams, soy Ariel, soy una medusa. Escondí mi mirada, oculté mi rostro como pude y hasta traté de dotar a mi piel con cierta transparencia para camuflarla con el líquido elemento. Fue inútil. Me identificó inmediatamente, y en su mueca destapó demasiadas huellas mías sobre su piel... o más bien bajo ella. Con todo ello, pronto tuve que admitir que yo también me daba cuenta de por qué me sonaba ese rostro; no podía ser de otra manera: esa cara me era familiar porque se trataba de uno de esos fragmentos del pasado que por mi propio bien había olvidado. Traté de sumergirme en el agua y no volver a salir de ella jamás, pero, craso error, me había dejado las branquias en casa. Medio asfixiada, tuve que sacar mi cabeza del agua, mientras toda una vida desperdiciada en forma de recuerdos pasaba por los ojos de mi monitora. Mientras consideraba si la mejor opción era tratar de ahogarme bajo el agua o salir huyendo por la escalerilla, también a mí comenzaron a golpearme los recuerdos de otra vida malgastada, y eso fue mucho peor que la falta de oxígeno subacuática. Buen momento para salir de allí, y respirar hondo en cualquier otra parte. Ayer fue mi primer y último día en la piscina. Líbranos, Señor, de encontrarnos años después, con nuestros grandes amores.

1 comentario:

PepeDante dijo...

Gran oración, desde luego. Yo me sé de uno que vive temiéndose algún encuentro casual. Eh, yo mismo, vale.