lunes, 18 de junio de 2007

Las amistades peligrosas

Pues no deberías haberme creído, que diría Malkovich. Todas mis palabras caen en el cesto de la traición, pero en qué boca tan grande cabría tanta falacia. ¿En la mía? Imposible. Esta carga la comparte también tu boca ingenua. Cae encima de mí con el peso de toda mi culpa, sé que lo merezco. Y aún así, tú serás la magullada. No puedo evitarlo, que diría Malkovich Malkovich. Para qué pedir perdón por lo que he hecho si ha sido con toda meditación y consciencia.
Si tan sólo yo no hubiese creído que tú no me creías... Pero yo dije créeme, y tu dijiste te creo, y era obvio que nada se correspondía con esos senos elevándose, con esa sal esparcida casi hacia el infinito de tus piernas, que aquel nudo de dedos y de látex se desenmarañaría al primer síntoma de sol en la pupila, que no durarían mucho tiempo los sujetadores por los aires ni las sábanas pegadas. En el exceso, cualquier palabra se pudo haber confundido con un aleteo de mi lengua sobre tu vientre, o quizás una fricción de mis cabellos en tu espalda pronunció mi voto firme y honesto. Todo tan accidental y fuera de lugar sobre el lomo de la noche como ahora tu lágrima repasando el rastro de mi lengua en tu mejilla, como tu ropa que todavía se demora desperdigada por la habitación, como tu cuerpo insistiéndose desnudo sin motivo, como tu misma presencia hecha trizas en la mañana. Vete.

No hay comentarios: